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Foto: Ybrahim Luna

¿La izquierda ancha y ajena?

Publicado: 2015-11-20

Por Ybrahim Luna 

Si algo reconcentró a buena parte de la izquierda peruana, siempre a punto de la extinción, fueron los conflictos sociales, entre ellos Conga. Y si algo evidenció la falta de unidad ideológica y de acción de la izquierda fue precisamente ese conflicto. Mientras en provincia se hablaba, con algo de demagogia -es cierto-, de una nueva Constitución y de cambiar ya el modelo económico; en Lima se tomaba distancia de las decisiones de esos dudosos caudillos y se hablaba de mesas de diálogo, que en realidad son las formas más clásicas de mecer los descontentos. Y es que Lima ha fracasado durante décadas en su lectura política del interior del país. La izquierda de Lima ha fallado por haberse sentido muy cómoda en su sillón de supuesta superioridad teórica. Las aulas y los bares literarios no son los mejores amigos de la acción. 

Mientras tanto en provincia algo se gestaba. Una izquierda totalmente reactiva y algo aparatosa pero que tenía como núcleo una fuerza social nueva.

Un joven “Guardián de las Lagunas” de Cajamarca, que bordeaba los veintiún años, fue consultado por un periodista sobre su identidad política. El joven rondero le respondió que era de izquierda. El periodista le repreguntó, con ánimo pedagógico, si era consciente de lo que significaba ser de izquierda. El joven respondió, con inadvertida lógica: “no ser de derecha, pe”. Pero el periodista quería conocer qué conceptos económico-políticos manejaba ese muchacho que chacchaba coca mientras conversaba, y le pidió que enumerara tres requisitos para ser de izquierda. La respuesta pausada del comunero fue: “defender el agua, el aire y… la tierra”. En un último intento el periodista le recordó que varios dirigentes sociales han llegado al poder solo para enriquecerse y que ahora están investigados o presos. Y el muchacho, con ánimo cortante, sentenció: ¡y a mí qué, será su problema, yo sigo siendo de izquierda que es defender la agricultura! La escena se desarrolló en una combi donde periodistas y comuneros regresaban de visitar un proyecto minero en conflicto. El trayecto solo sirvió, evidentemente, para consolidar el sentimiento anti-sistema de la mayoría de pasajeros: la polarización permanente.

Hace unos meses, un ama de casa del Valle del Tambo llamó a una radio de difusión nacional para aclarar al conductor que a ella nadie la amenazó ni le pagó un menú para movilizarse en contra de un proyecto minero que, asegura, amenazará su sustento y forma de vida. Ella, que también se identificó como profesora, hizo un balance del papel de la prensa desde que inició el conflicto y concluyó que los medios ya no tienen influencia sobre la decisión mayoritaria. Al contrario, cree que solo azuzan y alimentan el descontento popular. Esa mujer da un mensaje tan lúcido que solo puede nacer de la experiencia.

En Lima miles de “pulpines”, estudiantes y trabajadores, organizados por sectores urbanos, se movilizaron contra una ley laboral que pretendía quitarles privilegios a cambio de pagar derecho de piso como mano de obra barata. Y por primera vez lo hicieron frente al local de la Confiep, la entidad que decide el rumbo del país. Esa generación no está perdida y tiene potencial; y aunque luego no se hayan consolidado liderazgos mediáticos, la idea de que la movilidad social depende de la rápida organización juvenil está instalada en el inconsciente ciudadano.

Ese rondero, esa ama de casa, y ese estudiante universitario debieron encabezar la presentación oficial del Frente Amplio, en primera fila. Pero no fue así. En cambio, su lugar fue ocupado por la vieja dirigencia de siempre: las cúpulas que encanecieron por la necesidad de sobrevivir.

Un analista aseguraba hace unos meses que el debate izquierda/derecha en el Perú estaba zanjado. Pero cómo podría estarlo, si las izquierdas compiten por demostrar quién es más pura, el centro se corre de a poquitos a la sombra de la derecha, y la derecha asegura que tiene sensibilidad de centro-izquierda. ¡Y hasta PPK es socialista!

La polarización sigue allí, sobre todo en provincias: el anti-limeñismo, el campo o ciudad, el factor racial, el anti-‘prensa monopolio’, el anti abuso de las fuerzas del orden, el agricultura vs. minería, el jóvenes vs. viejos. En resumen, el descontento que encumbró a Humala sigue intacto. El movimiento antiSistema no ha desaparecido, solo está disperso y Lima ya no es la dueña del cambio, es la punta de la pirámide, pero sin bases que se identifiquen con ella. Y contrariamente a lo que muchos creen, Humala no destruyó para siempre las esperanzas de cambio, a lo mucho y se destruyó a sí mismo, la inconformidad sigue viva, y hasta nos animamos a decir que es más fuerte que antes. Y la gente que es consciente de ello, y que sabe que un caudillo no podrá solucionar sus problemas mágicamente, aún puede apostar por una candidatura solo para fastidiarle la fiesta a quiénes parten la torta en este país. El problema es que esa candidatura no despega o no aparece aún.

La izquierda de provincia necesita más preparación, es cierto; pero tiene el músculo necesario para recomponer un sentimiento de insatisfacción histórica. Su discurso puede ser primario. No necesita hablar de Lenin o Marx, necesita hablar de tecnificar la producción en el campo y de la necesaria intervención estatal en nutrición, Salud y Educación. La izquierda de provincia puede tomar la batuta del cambio. Lima ya no es el escenario a conquistar, sino el resto de provincias. No es una cuestión de medir fuerzas entre binzas y académicos de Starbucks. Sino de un aprendizaje mutuo de las necesidades abismalmente diferentes de un Perú tan complejo. Más que títulos y currículums se necesita candidatos que movilicen masas.

Ahora, le piden a la izquierda peruana deslindar con Venezuela, básicamente con el “peligroso” chavismo que representa Nicolás Maduro. Y la izquierda no lo hace con contundencia porque no lo siente así. He ahí un punto de quiebre. ¿Debe ser sincera la izquierda con su ideología o debe fingir que se mueve al centro para ganar más votos? ¿Debe la izquierda maquillarse para convencer a los “liberales de centro” de este país? Nuestra derecha y nuestro casi inexistente centro democrático le piden a la izquierda que deje de ser izquierda para entrar a competir en el mercado, una “Izquierda Facebook” que busque likes con sonrisas forzadas y reformas mínimas. En un país gris donde el Sistema solo exige medianías para mantener el piloto automático, la izquierda debe definir su discurso ya,… (deslindar o no deslindar) para bien o para mal, le guste o no a la prensa y a sus socios.

La izquierda siempre verá con simpatía el proceso chavista en Latinoamérica. Es lo que hay. Lo que no significa, por otra parte, que Verónika Mendoza, Marco Arana, Gonzalo García, Sergio Tejada o Gregorio Santos se convertirán en dictadores ni bien asuman un cargo presidencial.

La pureza ideológica en la izquierda peruana es un mito, es como la mala interpretación de un rey sin isla caribeña o de un mastodonte atrapado en el alquitrán de la teoría, lo que cuenta aquí es la acción política. El Perú tiene sus problemas y consuelos. No tenemos un Pablo Iglesias o un PODEMOS, pero tenemos a valientes campesinas que se enfrentan solas a poderosas mineras y al hostigamiento estatal. La agenda debe centrarse en la recomposición de la identidad regional, desde un nuevo modelo para la minería hasta la especialización de la educación técnica de acuerdo a cada realidad geográfica. La izquierda ya no puede adjudicarse por inercia ser la reserva moral del país, y no tener un plan orgánico para enfrentar la inseguridad ciudadana y los futuros conflictos sociales que le ha de tocar, por ejemplo.

¿Debe unirse la izquierda de grado o fuerza? No, necesariamente. Algunas carreras se ganan por postas y sin sonrisas.

Se habla de una “plancha de lujo” integrada por Verónika Mendoza, Gonzalo García y Sergio Tejada. Nadie duda que sea de lujo, sus credenciales los respaldan. Pero, ¿cómo tomará la población, que está harta del presente y que espera un cambio, a la reunión de ex nacionalistas (y ex congresistas, a la vez) que intentarán retomar algo parecido a la gran transformación?

Quizá la primera alianza debió darse en Cajamarca, entre el “MAS” (Movimiento de Afirmación Social, que ha tenido tremendas discrepancias con Patria Roja-Lima) y “Tierra y Libertad”, encabezada por los ronderos ‘Guardianes de las lagunas’, ‘Amas de casa del Valle del Tambo’ y ‘Pulpines’ de todo el Perú invitados, para iniciar una gira departamental que tuviese como destino final la capital, en donde se buscaran adhesiones con todos los sectores posibles, desde el político, el empresarial, hasta el artístico, con el objetivo sensato de pasar la valla electoral, luchando por un decoroso 10% o más, colocando 6 u 8 congresistas, con miras reales al 2021.

Pero a estas alturas, eso parece imposible.

La izquierda debe intentar llegar desde las regiones hacia a Lima como un proyecto de identidad y cambio, y no al revés: desde Lima –una vez más- hacia el interior del país como un proyecto publicitario. .


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